Hace unos días, mi amiga Claudia vino de “viaje relámpago” a estas tierras y quedamos en encontrarnos en una cafetería. Después del efusivo abrazo, un café y 10 minutos de charla, suena mi nextel:
Pip-pip
– Adelante. (pip)
– Señora, ya llegué. (pip)
– Ok, Lupita, gracias. Te dejé un papel con instrucciones en la mesita del teléfono ¿Lo viste? (pip)
– Sí señora, ya lo vi, no se apure. Oiga ¿Quiere que le haga algo para la comida? (pip)
– No, gracias. Ya está todo hecho. (pip)
– Bueno, adiós. (pip)
Y es entonces cuando una chavita de la mesa de al lado me dice (imaginen el tono más fresa que hayan escuchado): – ¡Ay, perdón! Neta, no es que sea metiche pero ¡Júrame que quien te habló al nextel era tu chacha!
Exclamación a la que yo contesté con sonrisa de “qué hueva me das” y tono cortante: – No, no era mi chacha (era tu madre, estúpida), era la señora que hace el trabajo doméstico en mi casa.
– ¡Y a poco la servidumbre ya anda con nextel! ¡Órale, que igualados!
Bueno, ni mi amiga ni yo salíamos del asombro. Yo no tenía por qué darle explicaciones pero, la realidad de las cosas es que es el teléfono de emergencia de la casa y enseñé a la señora a usarlo. En fin. Después de los 15 litros de bilis que derramé gracias a la “princesita”, Claudia y yo, en un afán de burla, nos vimos escenificando los diálogos de esa clase pseudo alta mexicana, jodida y pretenciosa, y nos pitorreábamos de la estupidez de la burguesía nacional.
“¡La mía no limpia bien y tengo que andar detrás de ella!”. “¡Ay, qué me dices! Creo que la mía me está robando las joyitas.”.”Y la mía plancha malísimo, ya me quemó dos blusas de seda”.
Y así íbamos, repitiendo con voz de señoras de alcurnia esos diálogos que más de mil veces he escuchado aquí, allá y más cerca de lo que me hubiera gustado. Lo cierto es que esa maldita herencia ancestral, hace que actualmente se conciba a las mujeres del servicio doméstico como esclavas y como si su trabajo no fuera lo suficientemente importante. ¿En verdad tan enferma está esa clase social como para darse el lujo de pagar a alguien sólo para ejercer una cuota de poder sobre ese alguien que está en evidente desventaja? Me cuesta creerlo pero parece que es así. Expresiones como “gata”, “chacha”, “india”, “sirvienta” son etiquetas sociales que refuerzan un estatus a costa de la desacreditación del otro y por lo tanto, lo nulifican también pues a falta de argumentos, sostiene una falsa posición de poder basada en el abuso.
¡Ah, pero todo es karmático! “Hay un Dios que todo lo ve” -decía mi abuela-. Confieso que me río a carcajadas cuando veo llorar amargamente a algunas amigas y por medio del Facebook o el Twitter se piden las unas a las otras que le diga a la amiga de la prima de la hermana de “la suya” si todavía está libre porque “su chacha” decidió irse de buenas a primeras. Cosa que se me hace de lo más normal ¿O acaso firmaron un contrato que debían de rescindir? ¿Existía alguna compensación por renuncia voluntaria? ¿Les dan reparto de utilidades, primas vacacionales y seguro médico? Señoras, entiéndanlo, ¡Darles ropa usada o un tupper de comida no es una prestación de ley!
Tengo que reconocer que yo pertenezco a esa clase media oportunista y superficial que siempre (pero siempre) tuvo en su casa alguien que le tendiera la cama, lavara y planchara la ropa, le sacudiera los muebles y le tuviera la comida caliente y a la hora. Debo reconocer también que muchas veces mi lenguaje hizo alarde de todo el caló suburbano soez cuando rompían algún florero, me despintaban alguna blusa o simplemente, no aparecían los lunes. Sí, lo sé, soy digna hija de mis circunstancias pero jamás, léanlo bien, JAMÁS me expresé de ellas de una manera despectiva y mucho menos las trataba mal. Y precisamente porque sé el trabajo que es hacer el “quehacer” doméstico, valoro este servicio no por lo que cuesta sino por lo que vale.
Hace muchos años, cuando me fui a vivir sola, me pude permitir el lujo de seguir teniendo a una señora que me ayudara, la diferencia es que procuré cambiar un poco el esquema. De entrada, no regateé el precio ya que es un trabajo que a pesar de saber hacerlo bien, no me gusta y para el que tenía poquísimo tiempo, además. También le pedí que fuera ella quien propusiera los horarios y los días porque entiendo que una mujer con hijos tiene muchas cosas más que hacer en su vida que limpiarle la casa a otra persona. Por último, le ofrecí vacaciones pagadas. No estoy diciendo que “qué buena onda es la Mony”, en lo absoluto; lo correcto es establecer un contrato de trabajo digno y afiliado a la seguridad social y remunerarles el trabajo como un servicio técnico que debería estar estipulado ante la ley.
Por ejemplo, en Estados Unidos o España, países con ínfulas de primer mundo, las cosas cambian bastante. El servicio doméstico está mejor valorado y pagado. En sus leyes existe la figura de “maid” y “empleada doméstica” respectivamente y tú te puedes dar de alta como trabajadora autónoma dedicada a esa labor; por supuesto que no todo es color de rosa (por eso puse “con ínfulas”) y como siempre, existe la parte bizarra: mujeres ejerciendo poder sobre las mujeres extranjeras que llegan a esos países a emplearse en ese oficio. Con la crisis, han abaratado los costes porque el primer colectivo afectado es el de los inmigrantes. Antes, la cuestión del servicio doméstico se limitaba más a clases sociales altas, ahora, la mujer “oficinista” tiene que emplear a otra mujer para poder hacer frente a su doble jornada. Así que de tanto y tanto, y haciendo cuentas, se sufre la triple discriminación: migrante, pobre y mujer.
Todo esto pasará cuando empecemos a ver y valorar el trabajo que esas mujeres realizan tanto en el aspecto socio-económico como en el legal, pero sobre todo verlo como un trabajo más, aboliendo la condición de “servidumbre” y estipulando claramente sus tareas y sus derechos. Además, en mi opinión, una mujer que explota a otra mujer se convierte en cómplice del machismo y hace aún mayor la asimetría entre los géneros. Quizá muchas mujeres no tendrían estos vicios -muy “Latinoamericanizados”, por cierto- de recurrir a otras para hacer la limpieza, si existiera un equilibrio en la repartición de las tareas domésticas entre hombres y mujeres, pero desgraciadamente en México seguimos reproduciendo a zánganos y abejas reinas. Vamos, unos huevones y otras mandonas.
por Mónica Calero: @des_atinada